La Palette, ese café con sabor a arte
A veces las cosas tienen un sabor diferente cuando nos han hablado antes de ellas, cuando llevamos alguna expectativa o por recomendación. Es como que, depende de quien venga el consejo, nos predisponemos de otra forma. Este es uno de esos casos. Dedico esta breve crónica a un buen amigo, Pompeyo Pino, quien me demuestró día a día lo que es ser una gran conocedor más allá de los límites de París.
Siento que me entra el arte en los pulmones cuando respiro estando ya dentro. Arte, precisamente pintura. Y me maravillo aunque no conozco casi nada de pintura.
El decorado es muy antiguo y abundan los cuadros en el interior del café. Veo un cuadro de Picasso tomando un café sentado en la barra y se me eriza la piel, pero de emoción, creo.
Recién entonces entiendo el nombre del café: hay paletas de grandes pintores exhibidas en lo alto de las paredes. Estoy (como siempre) solo en una mesa con varias sillas vacías a mi alrededor, así que imagino que Picasso, Dali, y otros grandes del pincel me hacen compañía. Es lo que más me hace sentir estar allí.
Podría haber elegido sentarme afuera, pero quería respirar «eso» que no todos los cafés tienen: magia. Y que si lo tienen es una diferente en cada uno de ellos. El garçon es correcto. De pocas palabras, impecablemente vestido, como el resto del personal. Pero apurado, como el gen del garçon francés.
Esta vez hice una excepción y pedí el Chocolat de La Palette. El chocolate más caro que he pagado en mi vida, pero creo que esta vez los 5,70 € lo valen muy bien al lado de los 3,10 € que sale un expresso común. Además, el sabor de ese chocolate es excelente.
Es una lástima no saber o conocer un poco más de arte. Me da la impresión que así disfrutaría o sentiría mejor la presencia de todos esos cuadros a mi alrededor. Creo que el lugar guarda, también, algo de misterio. Ningún cuadro tiene el nombre del autor a la vista (al menos a la mía). Por eso creo que solo alguien que conozca de pintura reconocería el trazado de sus autores.
Incluso hasta la tarjeta del café es, a la vez, simple y diferente de otras. Un rectángulo común de pocos centímetros de ancho en donde se lee su nombre, dirección, teléfono y un código QR en su costado izquierdo que me dice que allí hay información escondida y que sólo mi teléfono sabrá decodificarla.
Mesas y sillas en madera desgastada, espejos grandes con manchas originales que han tomado la forma de quien toma un pincel y lo sacude contra él; y azulejos en forma de cuadros con retratos sociales hacen al interior del lugar. El resto son cuadros, paletas y…más cuadros. En la sala principal alcanzo a contar 12 de distintos tamaños y 9 paletas de colores que están allí, colgadas, como si recién las terminaran de usar.
Es mucho más que un café, es un lugar en donde la historia ha dejado su marca, pero con pinceles y colores, ¡muchos colores !